Villers-1

31' - EL MERIDIANO MÁGICO DE LAS ARDENAS. El Comienzo

1. ABADÍA DE VILLERS-LA-VILLE.

Post Tenebras Spero Lucem

Da una oportunidad a la magia...

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4 grados y 31 minutos Este. La abadía de Villers-la-Ville fue la mayor y la más poderosa de las abadías cistercienses nunca construidas en estas tierras. Pero siglos después la desgracia cayó sobre ella y hoy son unas ruinas espectaculares. En el dorso de la primera de aquellas viejas tarjetas postales, una imagen de las ruinas y cuatro enigmáticas palabras en latín: Post tenebras spero lucem (tras las tinieblas espero la luz). Aquí comienza tu viaje.

La tarjeta muestra la abadía tal como estaba hace más de cien años. Una vegetación diferente, es cierto, pero por lo demás, todo sensiblemente igual a como está hoy. Como si después de tantos siglos de avatares, el tiempo se hubiera detenido definitivamente, dejando congelado este paisaje de destrucción.

Esa destrucción te seduce y te inquieta al mismo tiempo. Y sin duda, hoy esta abadía impacta más de lo que nunca lo hizo en sus épocas de mayor esplendor, cuando más de 400 personas oraban y trabajaban entre sus muros.

Es un lugar que te cautiva y que te atrapa...

Érase una vez...

El primer capítulo de esta historia comienza en la primavera de 1146. La “Cristiandad” andaba enfervorecida. Bernardo, el carismático abad del monasterio de Claraval, acababa de predicar vehementemente la Segunda Cruzada ante una multitud entregada. Había ocurrido a apenas 400 kilómetros de aquí, en Vézélay. Era el 31 de marzo... y los preparativos para la gran cita se habían desatado.

Solo unas semanas después, el mismo Bernardo reunió a un pequeño grupo de monjes en el monasterio de Claraval. Les habló de su misión en el mundo y les ordenó que se pusiesen en camino, hacia el corazón de estos solitarios bosques. Eran los elegidos para fundar la nueva abadía de la orden. La que habría de ser la abadía de Villers-la-Ville.

La mística del emplazamiento

Bernardo había dedicado tiempo a estudiar este proyecto. Había negociado con los nobles del lugar, y ya tenía más o menos localizado el emplazamiento “ideal”: unos terrenos de poco valor en medio de un frondoso bosque, en una zona pantanosa, con nieblas frecuentes... Puro ascetismo...

Una abadía cisterciense no podía levantarse en un sitio cualquiera. El lugar y las construcciones que deberían levantarse eran la base de su filosofía de vida.

Estos bosques reunían todas las condiciones, y hacia aquí fue donde, en esa primavera de 1146, Bernardo envió al abad Lawrence con 12 monjes y 5 hermanos.

Como entonces no manejaban las coordenadas que usamos hoy, no podían saber que el lugar elegido estaba en lo que hoy conocemos como 50 grados 34 minutos Norte y 4 grados 31 minutos Este... Pero de lo que no había ninguna duda era de que esta abadía estaba en el lugar idóneo.

Las primeras construcciones más parecían chozas de pastor que vivienda de monjes... Pero la abadía pronto se rodeó de tal fama de espiritualidad que ejerció una poderosa atracción. Cada poco tiempo llegaban nuevos monjes y más hermanos... Incluso había nobles que empezaban a mostrar su deseo de ser enterrados aquí... Y al final, el adobe y la madera acabaron por dejar paso a la piedra.

Es tu turno

Ha llegado el momento de que recorras el lugar. En un primer momento tal vez sea bueno que te dejes llevar por estas páginas, pero luego déjalas a un lado, deambula, piérdete y, sobre todo, déjate atrapar por su magia.

Lo primero que descubres es el refectorio. Es el más imponente de los edificios que te encuentras cuando entras por el acceso actual.

Era el lugar donde los monjes y los hermanos almorzaban en silencio mientras escuchaban lecturas sagradas. Una enorme sala, con grandes ventanales, hoy fundidos con la vegetación.

Aquí, como en toda la abadía, el silencio era la norma. Hasta tal punto que los monjes cistercienses llegaron a elaborar un sistema de signos para comunicarse las cosas más básicas sin necesidad de tener que abrir la boca. Hoy parece como si ese silencio continuase fundido con las piedras...

A su lado, unos pasadizos todavía en pie te llevan a las cocinas, a las habitaciones hermanos, a la residencia de los monjes... Aquí y allá podrás identificar algún pulso de aquella vida... tal vez en forma de restos de hollín que delaten la existencia de fuego en las cocinas...

Y así, explorando, llegarás al claustro, esa plaza cuadrada, hoy vacía y desangelada, pero que en su momento fue el verdadero centro de este universo. Aquí convergían las habitaciones de los hermanos, las de los monjes, el refectorio... y la iglesia.

Un juego de seducción

No hay duda de que el edificio más impresionante de toda la abadía es la iglesia. Por lo que conserva... y por lo que no conserva...

Podrías acceder ahora mismo, por esa puerta que ves en la esquina del claustro... Pero no tengas prisa... Como en un juego de seducción, mejor reserva el momento.

Es mucho mejor que antes salgas y descubras los secretos de lo que durante siglos fue la explanada exterior de la abadía, el lugar que la comunicaba con el mundo.

El río, el agua... la cerveza

Allí, luchando codo a codo con el bosque, verás una construcción que sin duda te recordará al refectorio.

Era la hospedería y la "brasserie"; el lugar donde se alojaban los visitantes... y el lugar donde durante siglos los monjes de Villers-la-Ville fabricaron su cerveza. Fuerte y densa para los monjes, más suave para los hermanos...

Porque a fin de cuentas, la cerveza era "la bebida" de las abadías...

Entra en ella. En la planta baja todavía puedes recorrer la gran dependencia que hacía las veces de sala de estar y comedor.

Al lado de la entrada encontrarás restos de lo que fue la gran chimenea que daba vida al lugar.

Y al fondo, más discreta, aquélla que utilizaron para elaborar la cerveza, a partir de las aguas del río Thyle que corre justo al lado de este edificio.

En el piso de arriba (que hoy ya no tiene techo) estaban los dormitorios. Descúbrelos por una escalera de piedra.

Luego, cuando bajes, si rodeas el edificio verás el pequeño río Thyle, medio escondido entre los matorrales.

Agua a mano para la cerveza... y agua para todas las necesidades... Porque si te fijas, te darás cuenta de que el río entra en un pequeño túnel.

El túnel es uno de "los secretos" de la abadía. Fue realizado por los monjes en la Edad Media. Hace que el río atraviese toda la abadía por debajo, perfectamente canalizado, y salga por el otro extremo, ofreciendo a la vez el servicio de agua corriente y el de alcantarillado.

Y no es el único túnel... Bajo la abadía hay un sistema de galerías que canalizan varias fuentes que hay en el lugar. Con este ingenioso sistema, los monjes consiguieron sanear para siempre lo que en un tiempo fue un terreno pantanoso, húmedo y lóbrego.

Post tenebras spero lucem

Llegado a esta punto de tu viaje, si has sido observador, hace tiempo que te habrás tropezado de nuevo con aquellas misteriosas palabras. Post tenebras spero lucem. No te digo dónde, porque en este viaje hay cosas que uno debe resolver por sí mismo...

Aquí están escritas en piedra... porque en algún momento ése fue el lema de al abadía.

Es un enigmático verso de la versión Vulgata de la Biblia, extraído del libro de Job...

Lo encontrarás en alguna de las lápidas que han logrado sobrevivir... bajo la imagen de un halcón quitándose la caperuza que cubre su cabeza y que le impide ver la realidad que le rodea.

Este verso ha sido utilizado en contextos muy diferentes a lo largo de la Historia. Por católicos, por protestantes, por laicos...

... Curiosamente, éste es el lema que aparece también en la portada de la primera edición del Quijote...

¿Después de la destrucción renace la vida?... ¿Después de la ignorancia viene la verdad?...

¿Qué pudieron tener todos ellos en común? Sin duda, no estaban compartiendo el mismo mensaje... pero tampoco cabe duda de que en lo mas profundo sí estaban compartiendo una misma inquietud... La misma que aquellos viajeros de 1906 quisieron también compartir con nosotros.