06 Juan Bravo

GUÍA DE SEGOVIA

6 Riqueza, orgullo, pasión, sangre... y fuego

Da una oportunidad a la magia...

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La Segovia que se extiende a los pies del Palacio de Enrique IV es el centro de su alma más orgullosa y pasional. Era el lugar donde los reyes que llegaban a la ciudad debían descabalgar y jurar los fueros.

Una soberbia escenografía donde aún hoy se recuerda la pasión con la que eran capaces de defender su forma de ver el mundo.

Nuevamente, una pequeña calle en cuesta te da las llaves de este mundo. Y así, de nuevo por la puerta de atrás, llegas al corazón de la historia.

Desde atrás llegas a la Casa de los Picos, una de las más singulares de la ciudad, con su fachada principal como erizada de piedras en forma de puntas de diamante...

Una coraza que, sin embargo, la casa no había tenido en su origen.

Hay varias historias que quieren explicar por qué se hizo. Son más o menos diferentes, pero todas vienen a coincidir en un cosa: se trataba de que la casa llamase la atención y de que se conociese bien quién era su nuevo propietario.

Y desde luego se consiguió... Aquí estamos hoy, quinientos años después, hablando de ambos...

Hay quien dice que lo que Juan de la Hoz -que era el nombre de su nuevo dueño- pretendía es que se dejase de conocer a la casa por su antiguo nombre (la “casa del judío” según unos o la “casa del verdugo” según otros, en referencia a sus antiguos propietarios).

Pero de lo que no cabe ninguna duda es que quería que se hablase de él...

Porque puso su escudo prácticamente en todas partes en las que pudo. No solo sobre la puerta, donde era lo habitual, sino también sobre cada una de las ventanas de la fachada, por pequeña que esta fuera.

La casa es como un ser vivo. La piel cambia y se mueve según lo hacen las sombras sobre sus miles de caras... Una “piel” que a veces, más que añadida, parece como si surgiese de la casa de forma natural. Si te fijas bien verás pequeñas imperfecciones aquí y allá, en el tallado de la piedra o en la forma en que los “picos” nacen sobre las ventanas y otros huecos. Pequeños, irregulares... naturales...

Tú has llegado por una calle lateral, pero en realidad, esta era la primera casa que uno se encontraba cuando entraba en Segovia por su puerta principal, la Puerta de Martín, que fue derribada en el siglo XIX... También por aquello del progreso... Estaba junto a lo que luego fue el Teatro Cervantes... también hoy desaparecido... tal vez también por aquello del progreso...

Una lápida en la pared recuerda que en ella debían detenerse los reyes antes de entrar en Segovia para jurar sus fueros. En este mismo lugar se detuvo Fernando el Católico en 1475 cuando llegó a la ciudad tras la muerte de Enrique IV y la coronación de Isabel...

La Calle Real

Justo aquí, la calle se abre y aparece una amplia vista de los tejados de la parte baja de la ciudad y, al fondo, la sierra, la montaña de La Mujer Muerta.

Hoy estos tejados son modernos, pero aquí estuvo la Segovia popular y morisca de los artesanos y campesinos, a los pies de las murallas. Es la continuación del Azoguejo, que queda justo a la izquierda. Hoy, en medio de ese laberinto sobresale el campanario medieval de una de las iglesias más antiguas y notables de la ciudad: la iglesia románica de San Millán, verdadero centro de ese mundo.

Llegados a este punto, es el momento de volver a entrar en la ciudad. Y lo vamos a hacer por lo que podríamos llamar “su lado natural”, como si entrásemos por la Puerta de San Martín. Porque esta esta calle en ligera cuesta es la calle que nace en el Azoguejo, en el mismo Acueducto, y llega hasta la Plaza Mayor.

La calle tiene varios tramos, con varios nombres, pero todo el mundo la conoce como la Calle Real... aunque ese no sea el nombre de ninguno de ellos...

Es el recorrido que, por lo demás, y como puedes observar, hacen los visitantes que descubren la ciudad por su ruta más convencional.

Unos pasos más adelante, en una plazuela a la izquierda, tienes el Palacio de los Condes de Alpuente, con los esgrafiados cubriendo toda la fachada y unas magníficas ventanas góticas de pizarra negra.

Poderío y delicadeza al mismo tiempo.

A partir de la época de Enrique IV Segovia se hizo una ciudad muy rica como consecuencia del negocio de la lana. Los palacios ya no tenían por qué ser castillos, el lujo empezaba a convertirse en el verdadero símbolo de poder.

El palacio también tiene sus “cicatrices”. Observa que justo a la izquierda de la puerta hay un arco tapiado, de claro origen mozárabe. En tiempos fue la entrada principal del palacio (en un extremo de la fachada, como corresponde) aunque más tarde fue tapiada y escondida tras una pared para hacer la nueva, más... digamos... señorial...

La vieja estuvo oculta durante siglos hasta que fue descubierta al realizar unas obras de restauración y se decidió dejarla como la ves hoy, tapiada pero a la vista...

Por cierto que, si eres amante de lo “vintage”, en este esquinazo del palacio podrás ver un cartel que avisa de que “no se permite dejar carruajes en esta plazuela bajo multa de 5 pesetas”... En cierta manera, otra cicatriz en esta historia...

A escasos metros del palacio puedes ver la Alhondiga, lo que durante muchos siglos fue el almacén de grano de la ciudad. Un edificio que se ha mantenido casi igual a como estaba en la Edad Media.

Delante de él uno no puede dejar de pensar en los edificios que albergaban los mercados de paños de las ciudades flamencas con las que Segovia tenía tanta relación.

No es exactamente lo mismo... pero beben de la misma realidad... Grandes infraestructuas civiles, útiles y a la vez verdaderos símbolos de poder...

Bien... llegados aquí, estamos a apenas un paso del “clímax” de esta parte del recorrido.

La plaza de... digamos... Juan Bravo...

Aquí estás de nuevo. Tal vez no la reconozcas desde este ángulo, pero esta es la plaza que había delante de la entrada de lo que fue el Palacio de Enrique IV. Ahora, eso sí, vista desde abajo, que es como mejor resulta. Los restos del palacio del rey son los edificios que hay en lo más alto.

Esta es posiblemente la plaza más bella de la ciudad. Por su estética, pero también porque es una plaza con mil caras, que va cambiando según la vas recorriendo. Y por encima de todo, es una gran escenografía.

Una escenografía en la que asistes a la representación del alma de Segovia. Una historia de riqueza, de orgullo, de poder, de sangre y de fuego...

Probablemente la oigas nombrar como la Plaza de Juan Bravo o la Plaza de las Sirenas. Pero ninguno de los dos es su nombre... De hecho no es una plaza sino dos. La mitad de arriba es la Plaza de San Martín y la mitad de abajo la Plaza de Medina del Campo.

El espacio que las separa -o que las une- fue durante mucho tiempo un descampado que llegó a albergar incluso un cementerio vinculado a la iglesia. Pero en el siglo XIX se diseñó la escalinata que ves hoy. Una escalinata que hace su trabajo de forma perfecta, resaltando que estás en un espacio lleno de retrancas.

Al igual que suele ocurrir en las plazas construidas en desnivel, es desde la parte de abajo desde donde el conjunto adquiere su pleno sentido.

La plaza es una magnífica colección de palacios nobles y de casas cargadas de siglos, en una escenografía que recuerda mucho a las ciudades toscanas. Recias y delicadas a un tiempo y, sobre todo, muy teatrales.

Es uno de esos sitios que, si no tuvieran una historia detrás, serían admirables de cualquier forma... Lo que ocurre es que en la práctica, si lugares como éste acaban siendo así es porque ha habido una historia que los ha ido modelando...

El nexo de unión entre la parte alta y la parta baja de la plaza es la iglesia de San Martin, rodeada de casas nobles y de palacios, como corresponde al barrio y a la proximidad del palacio del rey.

Como ocurre en otras muchas plazas segovianas, la iglesia es el corazón de este microcosmos.

Aquí, casi perfecta, con esa galería orientada al sur, tan característica del románico de Segovia, un espacio semi-sagrado que servía tanto de lugar de reunión de los habitantes del barrio como para actos de culto que no casaban bien con la solemnidad del interior.

Y para terminar de darle carácter, esa torre, esos ábsides... Dos románicos a los lados y uno central... posterior... más grande... cuadrado... porque había que colocar un retablo... y no cabía...

La Torre de los Lozoya

Medio escondida, pero sobresaliendo sobre todos los demás edificios, otra de las espectaculares torres de los palacios de los nobles segovianos.

Es la Torre de los Lozoya. Esta sí, mucho más guerrera que la de los Arias Dávila, aunque con los años fue suavizando un tanto su ardor con nuevas ventanas y sobre todo una gran puerta. Eso sí, enmarcada con unas grandes dovelas de piedra como era costumbre para resaltar la contundencia de la construcción y la importancia de sus habitantes.

No muy lejos de ella verás un palacio todo hecho con sillares de piedra, lo cual no era muy frecuente en la Segovia medieval. Y es que este ya no es medieval, sino renacentista, aunque de alguna forma bebía de ambos mundos...

Fíjate en la galería del piso superior. La vas a ver en otras muchas casas de la época, y te habla del origen de la riqueza de esas familias: el negocio de la lana.

Como sabes, la cadena de producción del negocio lanero estaba muy fragmentada pero en el pico de la pirámide estaban las familias nobles y los ricos comerciantes que dirigían la producción y se encargaban de venderla.

Esas galerías superiores hablan del lugar en donde se secaba la lana, y te cuentan que fue la casa de un rico comerciante de este negocio.

Juan Bravo y la rebelión de las Comunidades

En la parte baja de la plaza, donde ya se llama Plaza de Medina del Campo, puedes ver la estatua que rinde homenaje a Juan Bravo, uno de esos nobles segovianos, que protagonizó uno de los episodios más importantes del reinado del emperador Carlos V.

Fue conocido como la Guerra de las Comunidades, y tomó todo su aliento de lo que ahora mismo tienes a tu alrededor.

Carlos V era el nieto de Isabel y de Fernando. Era hijo de su hija Juana (La Loca) y de Felipe (El Hermoso). Había nacido y se había criado en Flandes. Y cuando entró en España no lo hizo con buen pie. Rodeado de una corte de nobles flamencos, no se cuidó mucho de mostrar su sintonía con las costumbres castellanas.

En 1520 fue nombrado además Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico lo que junto con sus dominios “hispánicos” lo convertían en el monarca más poderoso de su tiempo. El sueño de sus abuelos.

Los nobles castellanos, sin embargo, veían con muy malos ojos la pérdida de influencia que para ellos suponía todo esto y exigieron una rectificación al monarca. Como no se produjo, acabaron por levantarse contra él.

En realidad, no era nada nuevo. Lo habían hecho con otros reyes de Castilla a lo largo del tiempo. Pero ahora la situación era distinta. La Edad Media había terminado y aquello empezaba a ser lo que se luego se llamaría “el Estado Moderno”.

En un momento del conflicto, el emperador pidió a la ciudad de Medina del Campo sus cañones para bombardear a la levantisca Segovia. Medina se negó y, como represalia, las tropas del emperador prendieron fuego a aquella ciudad.

La noticia incendió los ánimos en Segovia. El Concejo se reunió y declaró la guerra al emperador.

El Bando que redactó aquel del Concejo lo tienes en esta misma plaza. Acércate y léelo con atención porque es un texto realmente admirable. Es una pieza literaria tremendamente emotiva, tan incendiaria como comedida. Mano de hierro en guante de seda. Puro espíritu segoviano. Uno de esos textos que parecen que nacen con vocación de pasar a la Historia:

“Ayer jueves, que se contaron 23 del presente mes de agosto, supimos lo que no quisiéramos saber, y hemos oído lo que no quisiéramos oír. Conviene a saber, que Antonio de Fonseca ha quemado toda esa muy leal villa de Medina. También sabemos que no fue otra la ocasión de su quema, sino porque no quiso dar la artillería para destruir a Segovia.

Dios nuestro señor sea testigo, que si quemaron de esa villa las casas, a nosotros abrasaron las entrañas, y que quisiéramos más perder las vidas, que no se perdieran tantas haciendas. Pero tened señores por cierto, que pues Medina se perdió por Segovia, o de Segovia no quedará memoria, o Segovia vengará la injuria de Medina”

Una pieza para convertirla en piedra y colocarla en las paredes que la inspiraron... Justo lo que se ha hecho.

La ciudad se levantó en armas y Juan Bravo, regidor y jefe de las milicias de la ciudad, se convirtió en el líder de la revuelta. La rebeldía se extendió a cada rincón de la ciudad y los ciudadanos acudieron a tomar el Alcázar donde estaban los hombres del emperador.

Justo enfrente del Alcázar estaba la antigua Catedral, y los sublevados se hicieron con ella. La batalla se llevó hasta sus mismas naves. Catedral frente a Alcázar, dos colosos a cara de perro...

La lucha duró varios meses. Aquí y en otras partes de Castilla. Hasta que los ejércitos del emperador acabaron por vencer a los de los sublevados. Fue en la batalla de Villalar, a algo más de 100 kilómetros de Segovia.

El emperador, como se iba a convertir en habitual en él, fue implacable con los vencidos. Los líderes de la sublevación fueron ejecutados. El 24 de abril de 1521 el noble segoviano Juan Bravo fue decapitado en el cadalso de la propia Villalar. Los escudos de piedra de su casa de Segovia fueron picados para borrar su recuerdo.

Tuvieron que pasar cuatrocientos años para que una escultura en su honor se levantase en el corazón de esta historia.

Historias como esta explican los ecos que suenan en esta plaza...

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Mapa de Segovia

Esto no es un mapa de Segovia. Es el Mapa del Juego. No es que haya calles y edificios sin identificar. Es que eso forma parte de tu reto...