12 Canonjias

GUÍA DE SEGOVIA

12 In nomine Patris

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A espaldas de la Plaza Mayor se extiende la Ciudad del Clero. Un barrio que tenía normas propias y donde no regían algunas de las leyes del reino. Estaba delimitado por tres puertas que se cerraban por la noche. Un barrio cerrado sobre sí mismo que paradójicamente tiene la mejor vista de las dos almas de la ciudad.

El barrio se conoce como Las Canonjías o La Claustra, y está a un paso de la Plaza Mayor. Pero nuestra historia va a demorar un poco la entrada. Antes va a deambular por unas calles que, aunque en su origen no fueron parte del barrio, comparten plenamente su espíritu... Tal vez sea por esas calles estrechas... o por esas plazuelas... o por esos altísimos muros sin ventanas... o por esa tranquilidad...

En un palmo de terreno, tres iglesias, dos conventos, el Palacio Episcopal... y una vieja puerta... unos desconchones... la casa donde vivió un poeta...

La primera cita es la Plaza de la Trinidad. Con su entrada estrecha, sus recovecos, sus cicatrices, su iglesia, el viejo muro del convento y la torre sobresaliendo sobre los tejados, es un espacio casi mágico. Mágico... y hermético. Como si cada una de las construcciones viviese encerrada en su propio universo... A veces uno se sentiría tentado a pensar que las cigüeñas que anidan en lo alto de la torre son los únicos seres vivos de este pequeño mundo.

Una torre que, a pesar de donde está, no corresponde a una iglesia. De hecho, probablemente te haya recordado a la torre de Arias Dávila o al torreón de los Lozoya. Si es así, no vas descaminado. Al igual que las otras dos, es la típica torre-palacio segoviana de tiempos medievales. Ésta es la más antigua de todas. Tiene 800 años. Fue un palacio, pero desde hace siglos está integrada dentro de un convento.

Es conocida como la Torre de Hércules, porque en su parte inferior tiene una escultura que representa a Hércules -al Hércules egipcio- sobre un jabalí (durante siglos fueron muy populares una serie de leyendas que citaban a Hércules como el fundador de la ciudad, y esta torre les hace homenaje).

La torre termina con ese remate tan característico, como si tuviera una casa construida en lo más alto...

Rodea el convento. De nuevo, calles estrechas, muros interminables, piedras con formas sugerentes... y una plaza y más recovecos y más muros... Nuevamente la Torre de Hércules. Es distinta... y es igual...

No conoces sus historias... Tampoco es necesario... Ahora, de nuevo, es cuestión de sensaciones... Tal vez lo importante sea percibir que en estas calles hay algo que vive aquí desde hace mucho, mucho tiempo... Y no solo son las piedras...

Quizás tenga que ver con unas manchas de humedad... o con el paso lento de una religiosa entre los altos muros al son de una campaña que rompe el silencio... Incluso con un olor a madera vieja que se cuela desde una ventana entreabierta...

San Esteban

Detrás de otro recoveco del camino, otra plaza, otra iglesia... Pero aquí las cosas son ya distintas. Mayores espacios, mayores puertas, mayores ventanas...

Aquí también hay una iglesia románica. Es la iglesia de San Esteban. Con su preciosa galería de columnas en su lado Sur, su entrada porticada en su lado Oeste, sus ábsides en el lado Este, y su torre... Como debe ser... La torre aquí es un espectacular campanario medieval de estilo bizantino. Simplemente inolvidable... ¿Qué añadir de las iglesias románicas segovianas?

Enfrente, el Palacio Episcopal, la sede del Obispado de Segovia. Moderno... De la época del emperador Carlos V... Ya sabes, piedra gris, sobriedad, simetría... Asomando entre los tejados, cómo no, la Catedral... Y en el centro de la plaza, los coches aparcados... Un lugar sin tiempo... o tal vez con todos los tiempos...

De la plaza de San Esteban sale el camino que te lleva a Las Canonjías propiamente dichas. Pero justo antes de entrar, un par... tres pequeños secretos... de los cientos de pequeños secretos que pueblan estas calles...

A unos metros de la fachada de San Esteban nace la pequeña calle donde estuvo la pensión en la que durante 12 años estuvo viviendo el poeta Antonio Machado. No tiene nada que ver con este mundo... o tal vez tenga todo que ver con él... Merece la pena hacer el paréntesis.

Profesor en el Instituto, amigo de los grandes intelectuales del momento, incluso elegido miembro de la Real Academia de la Lengua mientras vivía entre estas paredes... La casa... la humilde casa... conserva los muebles que él mismo utilizó.

Cuando uno trata de imaginar este otro mundo, íntimo, poblado de unos huéspedes también humildes... ese dormitorio, ese comedor, esa cocina... esos techos bajos, esos espacios pequeños, esas ruidosas maderas, ese ambiente denso... Uno no puede dejar se sentir una cierta desazón...

Camino de Las Canonjías, un par de secretos más. Primero, unos altos muros en una esquina. Tras ellos, como puedes adivinar, se esconde un convento. Es el convento de las Carmelitas Descalzas, el que aquí mismo fundó la propia Santa Teresa...

Y unos metros más adelante, un delicioso mirador. El Jardín de Fromkes, llamado así en honor del pintor, medio polaco y medio norteamericano, que tanto amó Segovia y que vivió muy cerca de aquí. Una vista sobre el valle del Eresma y los Campos de Castilla... Dentro y fuera... una vez más...

Las Canonjías

Y ahora sí, Las Canonjías. En realidad son dos calles. La Canonjía Nueva y la Canonjía Vieja, hoy llamadas Daoiz y Velarde respectivamente.

Las Canonjías eran el lugar en el que vivían los canónigos de la Catedral. Venía a ser como una especie de gran convento, aunque sin sus rígidas reglas. Un lugar de casas confortables, con un estatus jurídico propio, donde regía el derecho de asilo.

Las canonjías no son algo exclusivo de Segovia, pero nunca fueron algo frecuente en España... Y en ninguna otra parte han llegado hasta hoy tan enteras como estas.

Existieron, entre otras cosas, porque en su momento hubo sitio para construirlas, y si 800 años después todavía siguen existiendo es porque, como en otras partes de la ciudad, han seguido usándose desde entonces.

Siempre fueron casas confortables. De las primeras que hubo en Segovia con agua corriente... Y si en otras partes de Segovia los edificios fueron evolucionando con los siglos. Aquí lo hicieron menos. Por dentro continúan siendo pequeños mundos, con su patio, su jardín, su huerto y sus vistas, éstas al valle del Eresma, y las de la calle Daoiz al valle del Clamores.

Aquí hasta el último desconchón de la pared es historia, pero no esa historia de los libros, sino una historia que se puede tocar. Detrás de esas piedras desgastadas, de esas paredes con color o sin él, hay 800 años, casi 300.000 días pasados, uno a uno. Días de frío intenso, de sofocante calor, días de guerras, de fiestas, días intrascendentes... días como el de hoy, entre estas mismas paredes, desde la Edad Media.

En esta calle te encuentras con una de las puertas que cada noche aislaban el barrio del resto de la ciudad. Es la Puerta de La Claustra. La única de las tres que tenían Las Canonjías que todavía sigue en pie. Un arco románico desde el que puedes apreciar una perspectiva sugerente que llega hasta el Alcázar.

Verás dos arcos, pero la puerta es en realidad solo la mitad izquierda. La mitad derecha es el muro de una casa, con una puerta construida a principios del siglo XX, eso sí, tratando de no romper la armonía con la original.

Al final de la calle hay un edificio muy singular. Tan importante como aparentemente intranscendente. Es en el número 26. La placa que hay en la fachada dice que aquí estuvo La Casa de la Imprenta. Pero lo que no dice es que aquí vio al luz el primer libro que se imprimió en España.

Fue en 1472, un año antes de que se imprimiese en Brujas el primer libro en Inglés.

Se titulaba Sinodal de Aguilafuente, y se conserva en los archivos de la Catedral. Fueron las actas de un sínodo que convocó el obispo en esa localidad segoviana...

Pobre -y hasta triste- iniciativa para semejante honor, dirás... No... en realidad, no. El primer libro impreso en España fue una iniciativa innovadora tanto en su concepto como en su resultado.

Fue una iniciativa de Juan Arias Dávila, obispo de Segovia. Probablemente te suenen los apellidos. Su padre fue Diego Arias Dávila, aquel judío converso que llegó a ser uno de los hombres más poderosos de la corte de Enrique IV y que levantó su torre -la Torre Arias Dávila- delante mismo de su palacio en el centro de la ciudad.

Pues bien, el obispo Arias Dávila se involucró de forma activa en los movimientos de reforma del clero y en ese contexto ordenó celebrar un sínodo en Aguilafuente.

Pero como era consciente de que de nada servirían las nuevas normas si no se les daba la necesaria publicidad, se encargó de usar el nuevo artilugio que había visto en Roma: la imprenta. Así que habló con el impresor alemán Juan Parix y le contrató para que viniese a España e instalase en Segovia una imprenta.

El espíritu de la vieja Catedral

La Canonjía Vieja termina donde se encuentra con su hermana, La Canonjía Nueva, junto a la verja de la explanada que da acceso al Alcázar. Y justo aquí, donde se unen ambas calles, estaba la segunda de las puertas que cerraban el barrio. De alguna forma era la más importante porque era la que conectaba el barrio con la Catedral.

Porque, ahora sí, acabas de llegar al lugar en el que estuvo la Catedral Vieja de Segovia. Aquella en la que combatieron los sublevados de las Comunidades y desde la que hicieron frente a los hombres del emperador Carlos V que estaban en el Alcázar. Y en definitiva, aquella que da sentido al barrio que acabas de recorrer. Era el barrio de la Catedral.

Esa Catedral estaba en la explanada que tienes delante, es decir, justo frente por frente del Alcázar que adivinas entre los árboles. Y como sabes, esa fue su condena.

La Catedral fue mandada derribar por el emperador Carlos V. Es cierto que el templo había quedado dañado en los enfrentamientos, pero no tenia nada que no pudiera repararse.

Sin embargo, la decisión de hacerla desaparecer había sido tomada mucho tiempo antes de que comenzase la sublevación... mucho tiempo antes, incluso, de que naciera el propio emperador...

Hacía muchos años ya que esa Catedral, con su gran torre a unos metros del alcázar, era un elemento amenazante para los reyes castellanos.

Hacía mucho tiempo que se habían dado cuenta de que un enemigo, atrincherado en el templo, podría hacer mucho daño al propio Alcázar. Por eso el propio Enrique IV había propuesto en su tiempo que el templo debería ser derribado y trasladado a otro lugar.

Pero en aquel momento Enrique tenía demasiados frentes abiertos como para embarcarse en uno contra el clero. Así que no tuvo más remedio que dar marcha atrás y poner en marcha un “plan B”. Contentar al clero y blindar el Alcázar.

Para lo primero ordenó engrandecer la catedral con un claustro grandioso. Y para lo segundo ordenó levantar en la parte delantera del Alcázar una gran torre que pudiera hacer frente con garantías a un hipotético ataque desde la Catedral.

Ambas construcciones siguen hoy en pie. El claustro, como sabes, se salvó del derribo de la Catedral y en 1530 fue desmontado piedra a piedra y transportado hasta el lugar donde se estaba construyendo la nueva. Es el claustro que has visto cuando entraste en la catedral actual.

En cuanto a la torre del Alcázar, la tienes a un paso... Ese va ser tu próximo destino. Pero antes deberías dar una penúltima vista a la ciudad y de paso comprobar algo que ya has aprendido en esta historia. Y es que esta ciudad tiene muchas caras, y que esas caras no solo son la muestra de una personalidad compleja, sino la constatación de que esta ciudad pertenece a varios mundos y que se muestra auténtica en cada uno de ellos.

A tu derecha, un mirador. El muro en el que te apoyas es la muralla, nuevamente la muralla, nuevamente inexpugnable desde fuera y casi inexistente desde dentro... Delante de ti, y hacia el infinito, Castilla. Ésta es la puerta de entrada a los campos de Castilla, llanos, austeros, despejados. El mundo de las cosas claras. Blanco o negro, lo ves o no lo ves, hay o no hay...

Ahora da media vuelta y camina paralelo a la verja del Alcázar, sin traspasarla, hasta llegar al final. ¿Cuánta distancia acabas de recorrer?... ¿Cien metros?... Aquí el muro en el que te apoyas es nuevamente la muralla, nuevamente inexpugnable desde fuera y casi inexistente desde dentro... Pero estás en otro mundo...

¿Lo reconoces? Los pinos que cobijan el cementerio de los judíos, las montañas, a veces nevadas, a veces azules... La silueta de La Mujer Muerta sobre las copas de los pinos... A la izquierda, la ciudad, la parte trasera de las casas de Las Canonjías, la judería, la Catedral... siempre la Catedral... Y debajo, el valle del Clamores, el sinuoso, abrupto y enigmático valle del Clamores.

Haz un breve recorrido de ida y vuelta sobre la muralla, justo hasta la Casa del Sol, el antiguo matadero de los judíos... en un extremo, junto a los riscos, para verter hacia ellos los despojos...

Desde aquí parece como si la ciudad surgiese de lo más profundo de los bosques. Unos bosques tenebrosos y erizados de espinas, al pie de unas enigmáticas montañas. Un paisaje inquietante y a la vez profundamente sugerente. Es la otra cara del mundo que has visto hace apenas un instante. Es el reino de lo fantástico, de lo imaginado, de lo temido. En los días de niebla la experiencia es impagable...

Dos caras, dos personalidades, dos mundos, un único lugar...

Continúa: LLAVE 13. Tierra de Reyes

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