La Ciudad Alta es el reino de lo que hay y de lo que no hay; de lo que ves y de lo que ocurrió sobre lo que ves. Es, de alguna manera, el reino de sus fantasmas. Y ahora seguro que puedes sentir al mayor de todos ellos. Porque aquí, dominando la ciudad, se levantó durante muchos siglos el imponente Palacio de los Duques de Bravante, donde se desarrollaron algunos de los acontecimientos más importantes de la historia de la monarquía... española.
El mítico Godofredo de Bouillon Para mostrar con orgullo las profundas raíces del nuevo país, en el centro de la plaza, permanentemente custodiada por los tranvías que van y vienen, se colocó la estatua de Godofredo de Bouillon, el mítico líder de la Primera Cruzada. Godofredo, cuyo castillo (y cuya aventura) puedes revivir apenas a 150 kilómetros de esta plaza, en los míticos bosques de Bouillon, fue desde la Edad Media uno de los grandes personajes de la historia de Europa. Nada menos que vendió su castillo para pagar los gastos de la Cruzada y, al frente de 40.000 hombres partió hacia Tierra Santa. Por el camino se unieron a otros ejércitos que habían partido de Francia e Italia. Tres años después llegaron a las puertas de Jerusalén y pusieron sitio a la ciudad. Godofredo y sus hombres fueron los primeros en romper el sitio y unos días después era nombrado Rey de Jerusalén. Él nunca aceptó el título, según cuentan porque no quería llevar una corona de rey allí donde Jesús había llevado una corona de espinas... Aceptó el título de defensor del Santo Sepulcro... Hoy en lo más alto del espectacular castillo de Bouillon sigue ondeando en su honor la bandera del Reino de Jerusalén.
El genial Magritte
Muy distinta historia tiene el edificio que tiene enfrente, que desde hace muy poco alberga el museo Magritte.
El genial pintor surrealista René Magritte era bruselense y entre esas paredes se exhibe una interesantísima colección de sus obras.
El pintor de las nubes, de los burgueses con abrigo negro y bombín, de las ventanas y las farolas...
El autor del famoso cuadro de una pipa con un cartel de "Esto no es una pipa"...
Magritte sólo podía ser de Bruselas. Plenamente consciente de que las cosas no siempre son lo que parecen... ¡¡Pues claro que eso no es una pipa... eso es un cuadro; una pipa es de madera y eso es un trozo de tela pintado con oleos de colores!! Lo que ves es una ilusión...
Sin embargo, la mayor parte de la gente cuando ve ese cuadro sigue pensando que lo que está viendo es una pipa... Claro que también piensan que Bruselas es una ciudad sin interés que se despacha en un día... ¡Larga vida, maestro Magritte!
El Palacio RealSi sales por un momento de la plaza por la izquierda (según miras hacia la iglesia) verás el nuevo Palacio Real. Es relativamente reciente. Tiene más o menos los mismos años que Bélgica como país. Fue construido en XXXX para estar a la altura de la nueva monarquía.Este no mira desde arriba a la ciudad baja como el viejo Coudenberg. Fiel reflejo de una monarquía que quiso ser democrática, da la cara a una amplia plaza donde están los edificios del Parlamento (justo enfrente, al otro lado del parque) y del Gobierno. Hoy es la plaza del poder político en Bélgica... aunque el rey no reside ni trabaja en ese palacio. Vive a las afueras, junto al Atomium, en el palacio de Laequen... al que también acabarás por ir...Si acaso decidieras cruzar el parque e ir hacia la fachada del Parlamento, justo antes de salir de los jardines, te encontrarás con el delicioso Teatro Real del Parque, un pequeño edificio en el que no era raro ver a Víctor Hugo porque en él representó varios papeles su amante la actriz XXXXX...El Sablon
Bien, es hora de abandonar la zona y volver a la Plaza Real para caminar hasta el vecino Sablon.
Al fondo de la calle puedes ver la enorme mole del palacio de Justicia (ya tendrás ocasión más tarde de entrar en él). Camina en esa dirección por la Rue de la Regence. A la izquierda, el espectacular palacio sede hoy del Tribunal de Cuentas y a la derecha, los Museos de Bellas Artes.
El Sablon son en realidad dos plazas: el Petit Sablon a la izquierda y el Grand Sablon a la derecha, separadas por la calle por la que vas y unidas (al menos visualmente) por la espectacular iglesia gótica de Notre Dame du Sablon que de alguna manera las enlaza.
En tiempos estos era una zona pantanosa y más o menos insalubre, que fue evolucionando hasta convertirse hoy uno de los lugares más "chic" de la ciudad.
El Petit SablonEmpieza por el Petit Sablon, un pequeño jardín que por alguna extraña razón parece como si viviese en su propio tiempo. Fíjate en la verja que lo cierra. En lo alto de cada columna hay una escultura en bronce que representa a uno de los oficios antiguos de la ciudad, cada una completamente diferente de las demás. En total son XX y contribuyen a darle a este espacio ese extraño encanto.
El jardín está presidido por una fuente con las esculturas de los duque de Egmont y Horn, aquéllos a los que el Duque de Alba mandó cortar la cabeza en la Grand Place.
Durante años estas esculturas estuvieron en la propia Grand Place, justo en el lugar donde fueron ejecutados. Hoy tienen una vida más placentera justo en el lugar en el que el duque de Egmon tenía su palacio. Es el que ves justo detrás de ellos.
Cuando te sientas en alguno de sus bancos y los observas tienes la sensación de que te transportas en el tiempo. El lugar tiene un sosiego especial... como de parque antiguo...
No tienes en ningún momento la sensación de estar en el centro de una ciudad. Y notas como el tiempo se estira... se hace más lento...
Las puertas del jardín suelen cerrarse por la noche, pero no dejes de venir tras ponerse el sol. Las esculturas de piedra blanca que "escoltan" a la de ambos personajes tienen una iluminación peculiar que desde lejos les otorga un aspecto realmente fantasmagórico, como si cada día esperasen la llegada de ese momento para volver a la vida y escoltar el reposo de los mártires. Siempre que paso por aquí no puedo dejar de pensar en la escena del cementerio de la historia de Don Juan... Tendrás que contentarte con verlo a cierta distancia, desde fuera de las verjas, pero no te pierdas ese instante mágico.
Enfrente tienes la iglesia de Nuestra Señora del Sablon, una pequeña joya gótica en lo que en algún momento fueron las afueras de la ciudad. Si tienes la suerte de pasar por aquí un día soleado por la mañana no te pierdas el espectáculo de ver el interior bañado con los colores que produce el sol al entrar por las grandes vidrieras.
El Grand Sablon
En el extremo opuesto de la iglesia se extiende el Grand Sablon, un sitio "chic" para iniciados, el templo de los anticuarios, de las chocolaterías de lujo... y el sitio donde debe vivir y dejarse ver cualquier bo-bo (burgués-bohemio) que se precie.
Alrededor de la plaza están algunas de las mejores chocolaterías de la ciudad. Prácticamente imposible distinguir una chocolatería de una joyería. En dos lugares de la plaza, el rey Pierre Marcolini. Nunca habrías pensado que podría haber tantas denominaciones de origen para tantos tipos distintos de chocolate... Ni tanto mimo para elaborarlo. Puedes tomarte un chocolate caliente... pero ojo, sólo para paladares advertidos... con un contenido muy alto de cacao... También cuidadísimos pasteles artesanos elaborados allí mismo todos los días, macarons de todos los colores, a veces incluso recubiertos con finísimas virutas de auténtico oro...
Pero hay más, Godiva, XXXXX. Y varios cafés, y restaurantes...
Los fines de semana hay también un mercadillo de antigüedades en unas casetas de lona de rayas verdes y rojas, los colores de la bandera de Bruselas, justo al lado de la iglesia.
El Sablon, un rincón con sabor flamenco, del que no deberías marcharte sin pecar... aunque sea un poco.
Y después, con los "deberes" bien hechos, es hora de descender lentamente hacia la Ciudad Baja, hasta llegar de nuevo hasta la Grande Place... aunque en esta ocasión simplemente para atravesarla en diagonal.
Porque ahora la historia va a dar un giro... Una vez que has vivido el solemne momento en que Bélgica nació como país, ha llegado la ocasión de ver lo que ocurrió cuando quiso ser mayor...