05 La sombra del rey

GUÍA DE SEGOVIA

5 La sombra del Rey

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Ha llegado el momento de que pongas a prueba tus habilidades adquiridas en los capítulos anteriores. Porque ahora toca visitar algo que no existe. O mejor, algo que existe pero que muchos no son capaces de ver. Vas a ir al corazón de la corte de Enrique IV. A lo que fue su palacio, en pleno centro de la ciudad. De ese palacio quedan muy pocos restos materiales, pero aquí ocurrieron cosas que cambiaron el curso de la Historia. Si crees en el alma de los sitios, este es tu reto...

Hay quien dice que cada vez que en un lugar sucede algo importante, es como si una huella de aquellos acontecimientos permaneciese allí y transformase ese lugar para siempre...

Hoy, del que fue el Palacio de Enrique IV apenas quedan unas pocas paredes y algunos arcos. Pero aquí, en la manzana de casas que vas a bordear, se vivieron al final de la Edad Media algunos de los episodios más importantes de la historia de Segovia, de Castilla y de España.

Ya sabes que Enrique IV prefería vivir en el corazón de la ciudad en lugar de hacerlo en el majestuoso... y un tanto frío y apartado Alcázar.

Y justo aquí, en pleno corazón del Barrio de los Caballeros, construyó su Palacio. Un palacio nada convencional, como casi todo en él. Una obra hecha a su imagen y semejanza... Por eso quizás unos y otros -por acción o por omisión- se encargaron de que poco a poco se fuera desintegrando... Y casi lo consiguen.

Tras su muerte, el palacio fue dividido en tres partes independientes y vendidas por separado. Y con el tiempo cada una de ellas fue evolucionando a su manera hasta dejar muy poco de la construcción original. A principios del siglo XXI... Sí, a principios del siglo XXI, alguien se dio cuenta de que ese poco también iba a desaparecer y movió los hilos para tratar de salvar lo salvable. No es mucho... pero es... Y afortunadamente, al menos de momento, ahí sigue...

El palacio ocupaba toda la manzana. Y son precisamente las paredes del esquinazo que tienes delante el resto más grande que se conserva.

El palacio era una construcción medieval pero, fiel al espíritu del rey, tenia lo que podríamos decir un “ritmo” árabe... Más que un palacio en sí, en realidad eran varios edificios juntos, más o menos independientes entre sí, cada uno organizado a partir de un patio central.

Como puedes apreciar, hacia el exterior no era lujoso, y los materiales que se utilizaron en su construcción eran en su mayor parte ladrillo y yeso. Lo bueno estaba en el interior. Arcos, yeserías, artesonados... Recuerda el monasterio de San Antonio el Real. Imagina esos techos aquí, en el mismo palacio del rey...Las paredes que ves en este esquinazo eran lo que se llamaba el “Palacio de la Reina”, y eran las dependencias que ocupaba Juana de Portugal (el nombre de la plaza mantiene hoy vivo su recuerdo).

Detrás de estas humildes paredes se vivió un drama que levantó pasiones y que acabó por cambiar para siempre el futuro de España.

En estas habitaciones de la reina se vivió de primera mano la enorme tensión que causaba la falta de un heredero.

Primero, la impotencia del rey... y las mil y una artimañas para tratar de remediarla... Luego, cuando la reina al fin quedó embarazada y tuvo una hija, los rumores sobre su paternidad. Que si la niña era hija del rey... que si de Beltrán de la Cueva...

Detrás de estas paredes, la reina sufrió la humillación de ver cómo a su hija la apodaban “Juana La Beltraneja”. El reino se dividió en dos. Unos apoyaban a la niña Juana como legítima heredera, otros a Isabel, la hermana menor de Enrique.

Y estas paredes vivieron la enorme soledad de la reina cuando los nobles, en sus interminables disputas, acabaron por apartarla de la niña para mantenerla convenientemente “custodiada”, lejos de ella y del rey, en Madrid, en Escalona... La suerte de la que, en circunstancias normales, habría sido la futura reina de Castilla estaba en el aire...

El final de la historia se iba a escribir en buena parte años después también aquí... en la esquina opuesta del palacio. Toca, pues, rodear el edificio. Continúa bordeando la fachada del “Palacio de la Reina” en dirección a la torre que ves al fondo. Esta parte del palacio fue más o menos derribada y en su lugar se edificaron una serie de construcciones inconexas. Hoy quedan un arco por aquí, un lienzo de pared por allá...

Un paréntesis

Antes de continuar, merece la pena que hagas un breve paréntesis y te detengas en la torre que has estado viendo desde que comenzaste el recorrido y que ahora tienes justo delante. Obviamente no pertenecía al palacio (los separa una calle), aunque sí a uno de los personajes más importantes de la corte de Enrique IV, el contador real Diego Arias Dávila.

Arias Dávila es un ejemplo de los nobles “de mérito” encumbrados por el rey. Eran gente de origen humilde, que hacían bien su trabajo y que , como era de prever, eran vistos con muy malos ojos por los nobles “de cuna” que vivían en los palacios de la ciudad. A fin de cuentas no dejaban de ser un contrapoder... hábilmente manejado por el rey... De hecho Arias Dávila era de origen judío y según parece se convirtió al Cristianismo de niño.

La torre de su palacio es en realidad menos guerrera de lo que parece. Fue más un símbolo de estatus (alta, robusta, al lado mismo del palacio del rey) que una fortaleza puramente defensiva. La delicadeza de los esgrafiados (diferentes en cada piso) y la gracia de algunas de sus ventanas hablan más de refinamiento que de tosca lucha. Un guiño a los gustos estéticos del rey...

Ahora sí, continúa rodeando el Palacio del rey, precisamente por la calle hoy llamada de Arias Dávila.

Más o menos a la mitad puedes ver el otro resto del palacio que queda en pie en el exterior. Un paño de muro de piedra, con algunas ventanas, que hoy forma parte de un edificio nuevo.

En tiempos de Enrique eran la base de la gran torre con la que contaba el palacio.

La fachada real

Ya en la esquina, y con la fachada dando a la plaza que se abre delante, está el lugar en el que estaba la entrada principal del Palacio del Rey.

Adéntrate un poco en la plaza para tomar perspectiva. Si miras hacia el edificio que está en la misma esquina y empiezas a reducir el tamaño de las ventanas, no te costará identificar un viejo palacio. No es la fachada original del palacio de Enrique IV, pero tampoco se construyó mucho después.

A su derecha, en un recoveco, puedes ver la entrada al Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente. Es un espacio moderno y minimalista pero que sin embargo conserva restos del palacio original.

Esta plaza se llama plaza de San Martín (por la iglesia que tiene en su centro) y de hecho en tiempos de Enrique IV este palacio era conocido como el “Palacio de San Martín”. Disfruta de la plaza y sus vistas, pero no la recorras de momento. En el siguiente capítulo lo vas a hacer con tranquilidad, desde la parte de abajo

Por el esquinazo donde hoy está el viajo Palacio era por donde entraba y salía el rey, -a menudo con vestimentas toscas- para vivir la ciudad desde dentro. Desde aquí gobernó Castilla y desde aquí acarició el sueño de su unión definitiva con Portugal en un solo reino.

Llegó incluso a acordar una doble boda para hacerlo posible: la de su hermana Isabel con el rey de Portugal, y la de su propia hija Juana con su hijo. En una o a lo sumo en dos generaciones la unión sería un hecho. Pero... lo que son las cosas... aquí mismo, entre estas mismas paredes se iba a consumar el fin de ese sueño, apenas un mes después de la muerte de Enrique.

Enrique murió en 1474 y, como sabes, nunca se encontró su testamento. ¿Quién tenía la legitimidad para sucederle? ¿Su hija Juana? ¿Su hermana Isabel?

Isabel, que se encontraba en el Alcázar en el momento de la muerte de su hermano, no dio opción al debate. Movió ficha y, justo tras la muerte de Enrique, fue más o menos “autoproclamada” reina de Castilla. Fue a unos pasos de aquí, en lo que hoy es la Plaza Mayor. Y nada más terminar el acto, este palacio fue el primer lugar que pisó.

Porque fue aquí -y no en el Alcázar- donde se celebró el “besamanos” oficial tras la coronación. Fue toda una declaración de principios. Celebrarlo allí, en el corazón del palacio más íntimo y más “real” de Enrique, era tal vez la forma más inequívoca de decir a todos que ella era la reina legítima de Castilla.

En los días siguientes Isabel no salió de aquí, y fue desde aquí desde donde cimentó su reinado.

Unos días después entró en Segovia su esposo Fernando, a quien todos estos acontecimientos le habían pillado en sus tierras de Aragón. Y apenas un mes después fue entre estas mismas paredes donde se empezaría a poner fin a la historia.

Porque aquí tendría su origen el famoso “Tanto monta”. Y fue justo aquí, en el que había sido Palacio de Enrique IV, donde se firmaron las “Capitulaciones de Segovia” por las cuales Isabel de Castilla y su esposo Fernando de Aragón se proclamaron iguales en sus dos reinos.

Las armas de Aragón sustituyeron definitivamente a las de Portugal en el escudo real. Detrás de estas mismas paredes empezaba a borrarse el recuerdo del rey Enrique IV y acababa de nacer algo que se iba a llamar España.

Alguien dirá que hoy no queda nada del Palacio de Enrique IV... Depende de con qué ojos lo mire...

El final

El recorrido por el Palacio de Enrique IV finaliza con los últimos metros que quedan para terminar de rodear la manzana. Por alguna razón, estos últimos metros se viven con una especie de sobrecogimiento. Tal vez sea el recuerdo de Enrique, de su esposa Juana, de su hija, también Juana, de su hermana Isabel, de su cuñado Fernando... de Castilla, de Aragón, de Portugal... De tantas y tantas historias...

En la esquina siguiente, ya casi en el lugar donde comenzaste, el Palacio hacía otro recoveco. Es lo que hoy es la Plazuela de los Espejos. En ella estaba la entrada principal del Palacio de la Reina. Estaba en lo que hoy es una casa contemporánea. De hecho, si te fijas, justo detrás (lo ves por la derecha) está el esquinazo por el que comenzaste este recorrido. Desde aquí tienes, pues, una vista de lo que fueron las dependencias de la reina Juana de Portugal. Imagina un patio interior en el centro y casi lo puedes ver...

Según parece la plaza actual se llama “de los Espejos” porque aquí, sobre la entrada del palacio había una galería (que quiere recordar el edificio actual) que tenía unos esmaltes que reflejaban la luz y daban la ilusión de ser como unos espejos. El resto del espacio de la plaza lo ocupaba la leonera del rey, una especie de patio en el que guardaba sus leones... Siempre sorprendente Enrique IV...

A la izquierda de la plazuela, pues, las dependencias del rey... Tal vez seas capaz de trazar mentalmente el rectángulo que ocupaban, adosadas a las dependencias de la reina...

En efecto... es verdad... estás viendo el Palacio de Enrique IV.

Continúa: LLAVE 6. Riqueza, orgullo, pasión, sangre... y fuego

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