Spontin

31' - EL MERIDIANO MÁGICO DE LAS ARDENAS

6. SPONTIN. El eco que dejan las vivencias

Da una oportunidad a la magia...

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La primera sensación al llegar a Spontin es la de estar en un lugar tranquilo. Como si siempre hubiera llevado una existencia plácida al margen de los avatares del mundo. Pero... ¿has mirado bien? Este lugar ha sido, desde la antigüedad, un importante lugar de paso y vivió momentos muy intensos. Hoy las huellas de todo ello las tienes justo a tu alrededor, pero no es fácil verlas. Como si se tratase de un juego sólo para iniciados...

Ya hace 2.000 años, por aquí pasaba la calzada romana que enlazaba Dinant con Tongres. Más tarde a su lado se instalaron los merovingios y, hace ya 800 años, se hizo necesario construir un castillo para defender las tierras y la ruta. Hoy aquel camino sigue aquí. Es la calle-carretera que atraviesa el pueblo por la mitad.

Y ahí, a su lado, sigue el castillo, en la parte más baja del pueblo, rodeado por las aguas del Bocq... y, de alguna forma, escondido por la vegetación. Con sus torres puntiagudas, su foso y su puente levadizo...

Durante siglos, ha defendido "a pie de obra" el acceso al valle del Bocq. Vivió en primera persona la "Guerra de la Vaca en 1277 o las luchas con el rey de España Felipe II en 1577, justo trescientos años después. Triunfador en algunas batallas, derrotado en otras... Siempre se las apañó para acabar adecuándose a los tiempos.

Hoy el castillo sigue siendo propiedad privada y en estos momentos no se puede visitar. Por eso, para descubrirlo tienes que hacerlo por partes, a miradas hurtadas en este y aquel rincón.

La parte más sencilla de ver es la más reciente, junto a la carretera. Es la granja fortificada que desde el siglo XVII se alza en forma de U por delante del propio castillo. Como una auténtica muralla.

Tiene un gran portón rojo en el que uno no puede dejar de imaginarse a sí mismo golpeando con fuerza para buscar refugio en una tarde tormentosa.

A su lado, el río Bocq, pequeño pero impetuoso. Acércate a la orilla y descubrirás otros ángulos del castillo, tremendamente sugerentes, a pie de agua.

Cuando cruces al otro lado del río, husmea aquí y allá cerca de un parque infantil. Acabarás por encontrar por fin la vista más despejada. Desde ella verás sus torres, sus grandes ventanas, su foso y -esta vez sí-, su puente levadizo.

En el origen el castillo, en el siglo XIII, fue sólo una torre cuadrada, como en Crupet. Y curiosamente -o no- se construyó al mismo tiempo que la iglesia de Villers-la-Ville.

Luego se fue ampliando, y a su alrededor se fue construyendo lo que ves hoy, unas enormes fachadas de tres pisos con seis torres fortificadas, para protegerlo en todas las direcciones.

Eso sí, en un principio sin esas grandes ventanas ni esos tejados puntiagudos, que sólo pudieron añadirse cuando los tiempos se fueron volviendo menos guerreros... o mejor, cuando la artillería hizo innecesarios los castillos...

Y rodeándolo, el agua, siempre el agua... Al igual que ocurría en Crupet, en Spontin el foso del castillo lo forma el propio río.

El agua

El Bocq es de alguna forma el alma de Spontin. Y, como si fuera un iceberg, ese agua que ves es sólo una pequeña parte de lo que ocurre unos metros por debajo del suelo que pisas. Porque el subsuelo de Spontin es un enorme manantial. En este minúsculo valle hay más de cincuenta fuentes de las que mana un agua de una excelente calidad y que tuvo una gran reputación ya desde la antigüedad.

Las aguas han estado en el eje de su vida y de su economía. Algunas son ya historia, como sus apreciadísimas aguas termales o las fábricas de refrescos, que cerraron sus puertas tiempo atrás. Otras son historia... viva, como una antigua brasserie artesanal que hoy todavía sigue fabricando unas reputadas cervezas: la Brasserie du Bocq.

Y son las aguas, en fin, las que hacen que el alma de este pueblo la llevemos un poco todos dentro. Porque hoy las aguas de Spontin son la gran fuente de Bruselas. Desde finales del siglo XIX una red de canalizaciones con más de 90 kilómetros de longitud llevan el agua de Spontin directamente hasta la capital de Europa.

El tren

Spontin tuvo tren. Se lo ganó en el siglo XIX donde vivió una etapa febril actividad gracias a la explotación de sus aguas y de la piedra de sus canteras.. Y construyó una estación a un paso del castillo, junto a la embotelladora de aguas.

Pero la dicha duró poco. Con el tiempo las cosas fueron cambiando y los trenes acabaron por dejar de llegar...

Pero la estación... y las vías... se resistieron a morir. Y ahí siguen, viviendo en su propio tiempo... viendo pasar todavía trenes de vapor y automotores cargados de décadas... Y todo porque unos soñadores se empeñaron en sacar del museo unos trenes de época y han convertido aquella antigua línea en un auténtico viaje en el tiempo...

Si tienes ocasión, déjate llevar por los silbatos y los humos, y embárcate en un viejo tren de vapor en un viaje a través de estos bosques... como seguramente hicieron aquellos viajeros que hace más de cien años escribieron esas viejas tarjetas postales...

Lo que vino después

Lo que no sabían aquellos viajeros es que muy poco después las tinieblas se iban a apoderar de Spontin. Todo empezó en 1914, cuando los ejércitos volvieron a pasar de nuevo por estos bosques. Las tropas alemanas arrasaron e incendiaron el pueblo. Era el 23 de agosto. Empezaba la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra.

Menos de treinta casas quedaron en pie. El alcalde y el cura fueron de los primeros en ser fusilados. La iglesia románica quedó completamente destruida.

Al finalizar la guerra, el pueblo se levantó de sus cenizas y la iglesia fue reconstruida. Ése es su "secreto". Por eso tiene hoy ese extraño aspecto de recién hecha. Con su estilo original pero de obra moderna, como queriendo recordar al mismo tiempo sus orígenes y sus heridas.

Pero lamentablemente la cosa no iba a acabar ahí. No habían pasado 30 años cuando fueron los carros de combate de la 5ª División Panzer de la Alemania de Hitler quienes volvían a ocupar estas tierras camino de París.

Empezaba la Segunda Guerra Mundial. Era el 12 de mayo de 1940. La invasión había comenzado apenas dos días antes y apenas un mes después las tropas alemanas desfilaban por los Campos Elíseos de París... Esta vez no hubo destrucción... No hizo falta... tampoco había fuerzas para la resistencia...

Ahora, mira a tu alrededor y escucha... ¿Oyes el fragor de los cañones contra las casas y la iglesia, el ruido de los tanques avanzar por la carretera, el silbato del tren a tu espalda entrando en la estación, la actividad en las canteras, las máquinas de la planta embotelladora...?

Hoy en Spontin, detrás de ese silencio que notaste al llegar hay un auténtico fragor. Un fragor sordo que es el eco de todas esas vivencias que han marcado su vida... y que siguen absolutamente vivas...

La muy "mítica" Abadía de Leffe

Termina tu viaja a Spontin.

Es hora de tomar el camino que ha de llevarte a Dinant, donde vas a entrar por el mismísimo Camino de Santiago. Eso sí, justo antes deberás pasar por un lugar de alguna forma... mítico: la abadía de Leffe.

La abadía fue fundada en la Edad Media, y durante siglos se fundió con el Camino. Incluso ejerció un papel como albergue de peregrinos (no te extrañe, pues, verla junto a la propia carretera). Luego, la abadía vivió aventuras y desventuras de diversa condición, que acabaron con la desaparición de la congregación de monjes y la destrucción de la propia abadía... hasta que -¡cómo no!- renació de sus cenizas. Como ves, el afán de sobrevivir es mítico en esta ruta.

Hoy las construcciones que ves son en su mayor parte más o menos recientes, pero su torre es probablemente el monumento más reproducido de Bélgica... ¿No lo reconoces? Pues fíjate bien porque es la imagen que aparece en... todas las botellas de la renombrada cerveza Leffe.

Como no podía ser de otra forma, esta abadía elaboró cerveza durante siglos, en una brasserie que había en su interior. Hoy la cerveza ya no se fabrica aquí, pero está documentado que en esta abadía se fabricó la cerveza desde 1240... como siguen indicando con orgullo las botellas de Leffe en su etiqueta...

Leffe es hoy la puerta de entrada a la ciudad de Dinant. Así que sigue el Camino de Santiago, porque estás a punto de entrar en una de las ciudades más singulares que nunca hayas conocido.